Por Carlos Pagni | LA NACION
El duhaldismo viene denunciando que el resultado de las primarias no se explica sin un fraude. Exhibe episodios persuasivos, como la mesa santiagueña en la que el kirchnerismo obtuvo el 100% de los votos. El sistema electoral es antediluviano y el Gobierno tiene tendencia a la manipulación. Es cierto.
Pero las denuncias de fraude insinúan otro problema: pueden ser una excusa para que la oposición se sienta relevada de indagar en las razones del consenso que rodea a Cristina Kirchner, y en las de su propia derrota.
La historia ayuda a pensar. En 1951, Juan Perón, que venía de cerrar La Prensa y de militarizar a los ferroviarios, se reeligió por el 62,5% de los votos. El respaldo le sirvió para terminar con el poco pluralismo que quedaba en la Argentina.
A la oposición, por su lado, le fue imposible reconocer que aquel triunfo era legítimo. Lo vio como el resultado de una manipulación. La política se transformó, en adelante, en un costosísimo diálogo de sordos. Es el peligro con que amenaza el desequilibrio de poder..
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